Por Walter Alberto Pengue
Recientemente, muchas han sido las voces que se preguntaron como podía ser posible que en un país que sustenta su riqueza en lo que genera su suelo, existiese casi la mitad de la población con serios problemas de acceso y calidad de los alimentos. La paradoja, que no es tal para el frío análisis comercial de un mundo “global”, confirma sólo la tesis que son muchas las naciones que han enriquecido con sus bienes y recursos a corporaciones foráneas y sus contrapartes locales, subsumiendo a sus compatriotas en el hambre más abyecta. Argentina no escapa a esta consideración. El otrora “granero del mundo” puede llegar a hipotecar los recursos del país detrás de la renta económica inmediata y enfrentarse a una pérdida casi total de su Soberanía Alimentaria. La falta de definiciones sobre una verdadera Política Agropecuaria Nacional, que se amplíe a un horizonte de largo plazo y contemple las amplias, diversas y múltiples demandas de todos los actores del sector y la sociedad en un marco de protección y sostenibilidad de los recursos involucrados y que no sólo refuerce y satisfaga demandas de la agroexportación, es un enorme desafío pero también una gran oportunidad para la nueva Administración.