Las semillas nativas y criollas son plantadas, cosechadas, seleccionadas y multiplicadas por productores desde hace muchos años, y tienen la ventaja de estar adaptadas al medio en que son sembradas. Para el productor que las planta año a año, son un insumo básico e insustituible, por varios motivos: por el nivel de mejoramiento que ha adquirido, porque el sistema comercial es bastante más pobre en variedad y, elemento fundamental, porque le da autonomía: no depende del mercado. Granos de maíz de diversos colores, tamaños y usos fueron compartidos el sábado en la Séptima Fiesta de la Semilla Criolla y la Agricultura Familiar: los intercambiaron los productores y llegaron a otras manos, que prometieron plantarlos y multiplicarlos. Pero no todo era fiesta, porque la expansión de los cultivos de maíces transgénicos acorrala esa diversidad.
“Las variedades locales sufren un proceso de desaparición, consecuencia de la sustitución por cultivares modernos y la disminución del número de productores familiares que históricamente las han utilizado”, expresa el artículo “Semillas criollas de maíz de Uruguay y contaminación con transgenes”, elaborado recientemente por docentes de las facultades de Química, Ciencias y Agronomía de la Universidad de la República, por integrantes de la Red Nacional de Semillas Nativas y Criollas y de REDES Amigos de la Tierra (Pablo Galeano et al.). La biodiversidad del maíz fue tema de discusión en una de las mesas de la Séptima Fiesta de la Semilla Criolla. Allí se plantearon testimonios que graficaron la pérdida. Una persona lamentó que perdió el maíz cultivado desde 1926 y que era “herencia de sus abuelos”. José Puigdeval, de la Quebrada de los Cuervos, mostró dos choclos, preciadas variedades de maíz cuarentón cosechado desde hace 45 años por Julián Díaz, productor olimareño que murió hace un mes. Como los maíces ya estaban plantados, les pidió a la hija y a la esposa de Díaz obtener algo de lo poco que quedaba plantado para colectivizarlo en la Fiesta de la Semilla, y así mantenerlo. Puigdeval mencionó el “legado” de Díaz. “Esta selección la hizo durante 45 años, selección masal: iba todos los años a la chacra y sacaba el mejor maíz. La mejor selección no la hace ningún instituto de investigación: [los productores] tienen lectura ambiental directa, totalmente apropiada culturalmente a su conservación, a su uso”. Puigdeval reprodujo la sensación que vivió al recibir los maíces: “A mí me temblaron las piernas, y me responsabiliza sobre la posible pérdida de una variedad, porque el productor no está más y yo tengo que salir a colectivizar para ver si podemos mantenerlo”. Agregó que no puede plantarlo en la Quebrada porque las poblaciones de maíz de esa zona están contaminadas con transgénicos. “Lo que veo es que en Uruguay el maíz está tirado a la marchanta”, afirmó, “No tengo siquiera un lugar donde plantarlo, y hablamos permanentemente de coexistencia regulada. Esas son las cosas que habría que solucionar urgentemente”, añadió. El tercero de los casos mencionados fue el de la Cooperativa Granelera Ecológica (Graneco), que en 2016 sufrió contaminación con maíces transgénicos -en plantaciones de Canelones-, que comprometió la producción de harina de maíz y polenta orgánica de este año.
En la última zafra se sembraron en Uruguay unas 85.000 hectáreas de maíz que, mayoritariamente, son plantadas por grandes productores, explicó el sábado Pablo Galeano, docente de la Cátedra de Bioquímica de la Facultad de Química e integrante de REDES. En Uruguay hay aprobados diez eventos transgénicos de maíz; los primeros, que fueron habilitados en 2003, hoy representan más de 90% de lo que se planta. La contaminación de los maíces criollos con los genéticamente modificados se da “especialmente porque las áreas de cultivo de maíz GM [genéticamente modificado] son mucho mayores que las de maíz no-GM, y porque en los centros de acopio y venta de semillas y granos predominan los maíces GM sin que se cuente con un sistema de etiquetado y diferenciación adecuado de los granos comercializados para alimentación animal”, expresan los autores del artículo mencionado. Galeano es químico y con sus investigaciones ha demostrado cómo se da la contaminación por el lujo génico; sus análisis comenzaron en 2007 y constataron que los maíces criollos se contaminaban por el “lujo génico” de polen de plantas ubicadas a una distancia superior a los 250 metros, medida establecida por el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) para evitar la contaminación. Pero, lejos de ampliar la distancia, en 2011 el Gabinete Nacional de Bioseguridad, organismo integrado por seis ministerios y presidido por el de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), la eliminó. Las investigaciones en las que trabajó Galeano mostraron que el lujo de transgenes llegó a darse a 810 metros de distancia.
Además, las variedades criollas se contaminan “por mezclas involuntarias en la cadena de producción-almacenamiento-distribución”, algo que ha aumentado con la liberación de los transgénicos, afirman los investigadores.
Unos y otros
Pedro Queheille, presidente del Instituto Nacional de Semillas (Inase), organismo que asesora al MGAP en materia de semillas, fue a la Fiesta de la Semilla a exponer en la mesa sobre la biodiversidad del maíz. Allí contó que el Inase “se crea para promover la producción de semillas de calidad y el uso de semillas de calidad”, y reconoció que “estamos hablando de temas que no tienen nada que ver con lo que hoy se está tratando acá. Todo lo que hacemos desde el Inase está dirigido hacia otro sector, no está dirigido al sector de la semilla criolla, estamos a cero en este tema, y por eso entiendo que es muy importante nuestra presencia aquí; porque creo que es el momento de empezar a trabajar conjuntamente con ustedes, apoyándolos para buscar soluciones a los problemas que hoy se han planteado en la mesa”, afirmó.
“Hay mucha demanda de gente que quiere comer alimentos que provengan de semillas criollas, y creo que eso lo tenemos que atender”, agregó. Pero acotó: “Tenemos también la otra función, que tampoco podemos desatender: la producción masiva de maíz transgénico que hay en el país, que es del orden de las 85.000 toneladas y que fundamentalmente está concentrada en el litoral y en Canelones. Ahí también hay gente que quiere tener su propia producción, que tiene el derecho a hacerlo, y, de la misma manera que nosotros no podemos correr a quienes quieren producir semillas criollas, tampoco podemos correr alegremente a quienes hoy están produciendo maíz transgénico”.
Queheille propuso crear un ámbito de trabajo para formular “algún planteo” para hacerle al MGAP. Dijo que sabía que la Red Nacional de Semillas Nativas y Criollas no está de acuerdo con el concepto de coexistencia, pero insistió en que “merece un análisis realmente muy detenido por parte de todos nosotros para ver si es posible poder seguir plantando, trabajando y cultivando los dos tipos de maíces que hoy tenemos, transgénico y no transgénico. Razones hay de un lado y del otro, y acá lo que hay que buscar es el equilibrio para poder seguir coexistiendo ambos tipos de maíces. Habrá que definir cuál es la distancia que tenemos que considerar para que no ocurran las contaminaciones de transgenia en los maíces que ustedes quieren cultivar”.
De acá para allá
En 2013 la Red de Semillas Nativas le envió una carta al Gabinete Nacional de Bioseguridad y a su Comisión de Gestión de Riesgo pidiéndoles que establecieran medidas para que los productores pudieran mantener la identidad de los maíces criollos; sólo el MVOTMA acusó recibo de la carta. En abril de 2015 reiteraron la solicitud. Tres meses después, recibieron la respuesta del Comité para la Gestión del Riesgo, que les pidió que remitieran el planteo al Inase por ser la autoridad competente en materia de semillas. Pero los más de 350 productores que integran la red entienden que no es Inase el que debe dar una respuesta, sino el Gabinete de Bioseguridad y el Comité para la Gestión del Riesgo, que son los organismos que aprueban y regulan los eventos transgénicos. Las respuestas siguen sin llegar y por eso el mes pasado, el 10 de marzo, le enviaron una carta al prosecretario de la Presidencia, Juan Andrés Roballo, explicando los motivos de su reclamo, que habían sido adelantados verbalmente en una reunión en diciembre de 2016. En ella sostuvieron que la contaminación transgénica de variedades criollas “pone a nuestro acervo genético de maíz en grave riesgo de desaparición”, y le pidieron establecer un ámbito formal con autoridades del Comité para la Gestión del Riesgo y/o el Gabinete de Bioseguridad. Le pidieron, además, “acceso a apoyos para monitorear la presencia de transgenes en los maíces criollos que realizamos anualmente”. Todavía no han tenido respuesta.