«Ante un futuro nada promisorio y muy incierto, debemos: no olvidar (como enseña la rica historia de los movimientos sociales y populares) que la movilización popular y unitaria es el único camino para transformar la realidad; recordar que nuestros pueblos tienen memoria histórica y sus organizaciones caminan diariamente, contra viento y marea, transformando la realidad de sus territorios; tener la certeza que este proyecto, que hoy llega a su número cien, seguirá caminando junto a las organizaciones y movimientos populares en la construcción del cambio social, político y cultural para la emancipación de nuestros pueblos».
Nuestro mundo ha entrado en una espiral crítica de crisis sociales, políticas y económicas que profundizan las desigualdades y la devastación de territorios y medios de sustento, mientras exacerban una crisis climática y de la biodiversidad cuyos severos impactos son cada vez menos predecibles. Un mundo donde las élites incrementan permanentemente su capacidad de control sobre Estados, instituciones internacionales, territorios y naturaleza, aprovechando cada crisis como oportunidad para seguir acumulando capital y poder.
En ese marco, los pueblos de América Latina y el Caribe enfrentamos hoy la profundización de algunos viejos proyectos, pero que con renovadas formas e intensidades ambicionan la región en la disputa geopolítica por el control de sus bienes comunes. Afrontamos la profundización del avance imperialista del capital sobre nuestros territorios y el avance articulado y desbocado de un extremismo conservador en lo social, político y cultural, al que podríamos llamar fascismo del siglo XXI. Estos proyectos incrementan la criminalización y represión de quienes los resisten y nos plantean una disputa frontal por los sentidos de la vida.
Ante un futuro nada promisorio y muy incierto, debemos: no olvidar (como enseña la rica historia de los movimientos sociales y populares) que la movilización popular y unitaria es el único camino para transformar la realidad; recordar que nuestros pueblos tienen memoria histórica y sus organizaciones caminan diariamente, contra viento y marea, transformando la realidad de sus territorios; tener la certeza que este proyecto, que hoy llega a su número cien, seguirá caminando junto a las organizaciones y movimientos populares en la construcción del cambio social, político y cultural para la emancipación de nuestros pueblos.
Esta firme convicción nos obliga a pensar los escenarios esperables, para poder definir cómo construir nuestra defensa del territorio, entendiéndolo como la construcción social del espacio para la producción y reproducción política, cultural, espiritual, ambiental y económica de cada pueblo en su relación con la naturaleza.
Neoliberalismo recargado: las crisis como oportunidad de negocios
A pesar de una larga década de implementación simultánea de proyectos progresistas en casi un tercio de los países de nuestra región —que mejoró las condiciones materiales de vida de las clases populares de dichos países—, el capital nunca dejó de avanzar sobre el territorio. Sin ese contrapeso y a pesar del estrepitoso fracaso de las políticas neoliberales de desmantelamiento del Estado, financiarización, privatización, desregulación y globalización al servicio de las empresas transnacionales y las élites nacionales, nuevamente la maquinaria económica, política y cultural del capital pretende imponernos, a como de lugar, un neoliberalismo recargado.
En una economía global donde el sector financiero incrementa todo el tiempo su control sobre la producción de mercancías y servicios y luego de la explosión de las burbujas punto.com, inmobiliaria, y de la crisis alimentaria de 2008 —producto de la especulación financiera sobre los cereales básicos—, el capital busca nuevas fronteras para la acumulación. Y ante la ya indiscutible e imperiosa necesidad de acciones para hacer frente a la crisis climática y de la biodiversidad, construyen una nueva oportunidad de negocios para el desarrollo de la llamada “economía verde” a través de la financiarización de la naturaleza: “el proceso por el cual el capital especulativo toma el control de los bienes y componentes de la naturaleza y los comercializa por medio de certificados, créditos, acciones, bonos, etcétera, con el fin de obtener las mayores ganancias posibles gracias a la especulación financiera”1. Éste es un proceso reforzado por el avance y consolidación de los marcos jurídicos impuestos por la agenda de libre comercio.
Estamos ante un proceso de acumulación originaria en renovación sin fin, que David Harvey (2005) describe como “acumulación por desposesión”. Un proceso que busca quitar el uso y control del territorio a los pueblos que viven en éste.
A nivel global enfrentamos procesos de desmaterialización, digitalización y financiarización que afectan radicalmente el carácter de los sistemas productivos y de consumo. Estamos presenciando embates para cambiar “profundamente el carácter del sistema alimentario corporativo […] provocando, entre otras cosas, el cambio de poder hacia nuevos actores que a menudo están cada vez más distantes de la producción de alimentos [y que] al mismo tiempo, están alterando la concepción del mercado de alimentos y los hábitos de consumo de alimentos en los centros urbanos y más allá” (Filardi y Prato, 2018).
Otro rasgo de los tiempos que corren es que la región ha vuelto a ser un botín muy importante de la batalla geopolítica entre los grandes actores globales. Una disputa por el control de nuestros bienes comunes, recrudecida por la remodelación estratégica de Estados Unidos para convertir nuevamente a toda la región en su patio trasero y transformarla en bastión de su estrategia global guerrerista. Una estrategia que promueve la expansión de sus bases militares, atentando directamente contra la construcción de una América Latina y el Caribe como territorio de paz. Como señala Ugarteche (2019) “la guerra permanente es un nuevo rasgo de la economía internacional”. Guerras, de diversos tipos e intensidades, que avanzan mientras “las empresas siguen operando”.
Restauración fascista a cualquier costo
Enfrentamos una embestida articulada a nivel regional e internacional de una derecha en extremo conservadora y de corte fascista. Un proyecto social, político y cultural fascista, acorde al siglo en que vivimos y que, a partir de Umberto Eco, podemos caracterizar como racista, xenófobo, misógino, machista, homolesbotransfóbico, irreflexivo, acrítico y simplista, antipacifista, elitista y aporofóbico, antipolítico y antidemocrático; y, por supuesto, totalitario, homogenizador y practicante de lo que algunas organizaciones europeas llaman necropolítica: ellos deciden quién debe morir para sostener su proyecto. Y, como Eco también señala, no es necesario que un proyecto tenga todos los posibles rasgos del fascismo para reconocerlo como tal.
Son fuerzas sociales y políticas que desconocen y atacan cualquier forma de organización que defienda los intereses del pueblo que dicen encarnar, que representan y promueven valores arcaicos y encuentran su caldo de cultivo en las masas frustradas y/o excluidas por el neoliberalismo económico y cultural, y desencantadas con los gobiernos progresistas. Fuerzas que se expanden con el aval, por apoyo u omisión, de los medios de comunicación dominantes de nuestra era.
El fascismo del siglo XXI ya no requiere de masas uniformadas en las calles, sino uniformizadas por un relato que no se basa en hechos sino en los intereses de la más rancia derecha económica, política y cultural. Una “blitzkrieg” en la guerra de redes basada en “el uso de las redes sociales, las fake news y la inteligencia artificial”. Una derecha que “desecha la corrección política, apropiándose de la estética de la transgresión y la contracultura, que han sido expresiones habituales de la izquierda”. (Arkonada, 2019). Una batalla cultural que se da en un terreno dominado y reglado por las corporaciones dominantes de las comunicaciones y la interacción social virtual.
Para avanzar, la ofensiva fascista y neoliberal requiere debilitar al máximo, e incluso aniquilar si es necesario, a las organizaciones y movimientos sociales. Donde estas estrategias avanzan, se expande sostenidamente la persecución, la estigmatización, la represión, el encarcelamiento, la tortura, la desaparición y el asesinato de quienes defienden sus territorios y sus derechos individuales y colectivos. Poderosos agentes estatales y no-estatales atacan por sistema a toda organización, pueblo o comunidad que luche por el reconocimiento de sus espacios construidos socialmente y de sus derechos colectivos a la tierra, a la soberanía alimentaria, al agua y al ejercicio de sus prácticas tradicionales y ancestrales. Esto genera una cultura del miedo que aleja al pueblo de la participación política.
El proyecto neoliberal fascista plantea frontalmente la disputa por los sentidos de la vida. Viene a re-escribir la historia, por ejemplo, diciendo que las dictaduras militares no fueron tales, como hace Bolsonaro en Brasil. Trabaja por imponer el optimismo tecnológico: la tecnología como solución a todos los males, anulando cualquier tipo de cuestionamiento de las relaciones de poder subyacentes. También disputa frontalmente el sentido del territorio, rural y urbano, al que ve como un espacio para reproducir el capital y el poder de las élites.
A su vez, disputa con vehemencia el sentido de la política, imponiendo la judicialización de la misma y una supuesta agenda anticorrupción, con tal de construir el relato de que la política es corrupta, que no vale la pena participar y que hay que dejar a los empresarios administrar la cosa pública e implementar iniciativas empresariales que reemplacen las políticas públicas y la participación popular. Esto representa un retroceso para la democracia formal, fortalecido por la manipulación de los procesos electorales a través de una nueva forma de hacer política en la que ya no importan “los hechos en sí, sino el relato” Arkonada (2019). Y “la derecha ha sabido construir un relato y adaptarse muy bien al mundo del Internet y las redes sociales”.
Construir unidad popular para radicalizar la disputa por los sentidos de la vida
Transformar el sistema capitalista y lograr que los territorios, rurales y urbanos, estén al servicio de la producción y reproducción de la vida digna de nuestros pueblos, requiere desmantelar la opresión y explotación, patriarcal, racista, colonialista y capitalista. Avanzar en ese sentido es tanto una obligación como una necesidad táctica urgente, “que requiere la unidad organizada de los pueblos. Una que reconozca la diversidad de las luchas” (Drago, 2018).
También nos obliga a trabajar para masificar los proyectos que construyen soberanía popular y resisten al capital y al fascismo en nuestros territorios. Debemos replicar en otras áreas el ejemplo de la agroecología, una herramienta de lucha y resistencia para construir la soberanía alimentaria de nuestros pueblos, como lo plantea el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil (MST)2.
Necesitamos disputar el sentido de la política y fortalecer la memoria histórica, “construir democracias genuinas, radicales y justas, centradas en la soberanía y participación de los pueblos” (Nansen, 2018). Frente al descrédito de la política y la izquierda, más participación política y más organización popular. Es imprescindible fortalecer y articular los procesos de formación política de nuestras organizaciones y la organización y acción política.
Fortalecer la participación política requiere, como señala Janaina Stronkaze (MST), “superar el miedo y mantener el ánimo, la energía, la esperanza, y construir un buen proyecto de país, de comunidad, de nación sostenible de manera colectiva, siempre en grupo, lo más horizontal y democrático posible. Juntas y juntos, de la mano, en la calle, organizadas y construyendo el país y la nación que queremos” (Gorka, 2019).
Tenemos el gran desafío de articular las defensas de los territorios y las luchas por los derechos de los pueblos en torno a proyectos políticos populares, como la soberanía alimentaria.
Seguir siendo una herramienta al servicio de la construcción de la unidad del campo popular será nuestro imperativo categórico: aquello que nos moverá incansables hasta cambiar este sistema y construir la soberanía popular y la justicia social, económica, política, de género y ambiental.
Avizoramos tiempos más difíciles, pero la única lucha que se pierde es la que se abandona.
Referencias
Arkonada, K. “La breitbartización de la política” en La Jornada, 30 de marzo de 2019.
Drago, M. “Resistir al fascismo: construyendo soberanía alimentaria desde la unidad de los pueblos”, Telesur, 16 octubre de 2018.
Filardi, M.E. y Prato, S. “Reclamar el futuro de la alimentación: cuestionando la desmaterialización de los sistemas alimentarios” en Observatorio del derecho a la alimentación y a la nutrición 2018: Cuando la alimentación se hace inmaterial: afrontar la era digital: pp. 6-15.
Gorka, Entrevista a Janaina Stronzake, integrante del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), 27 de marzo de 2019.
Harvey, D., A Brief History of Neoliberalism. Oxford University Press, 2005
Nansen, K. “The magnitude of the planetary crisis requires action of similar size”, The Ecologist, 12 de julio de 2018.
Ugarteche, O. “Perspectivas al final de la segunda década del siglo XXI”, En Revista América Latina en Movimiento núm. 540: Nuevas pistas de la economía mundial: pp. 1-6, marzo 2019.
Notas:
[1] https://wrm.org.uy/es/listado-por-temas/mercantilizacion-de-la-naturaleza/financierizacion-de-la-naturaleza/
[2] http://www.mst.org.br/2019/03/27/agroecologia-como-instrumento-da-luta-de-classe.html
(*) Nota publicada en la edición número 100 de la Revista Biodiversidad, Sustento y Culturas.