Día Internacional de la Mujer Trabajadora
El sistema alimentario industrial actual, controlado por un puñado de grandes empresas transnacionales, es responsable de las múltiples crisis que enfrentamos. Las mujeres y sus sistemas productivos son claves para enfrentar estas crisis sistémicas y se necesitan políticas públicas que garanticen sus derechos y sus proyectos.
El agronegocio como problema
El modelo del agronegocio se caracteriza por requerir grandes extensiones de tierras productivas, lo que genera un gran acaparamiento de territorios que desplaza y excluye a las/os campesinas/os y productoras/es familiares. Cuando el agronegocio avanza, la tierra queda concentrada en unas pocas manos y su acceso es muy poco democrático, se destruye la biodiversidad, se contamina el agua y se erosionan los suelos. Es por esta razón que la defensa de los territorios es fundamental para producir los alimentos. Y en este sentido, las mujeres tienen un papel fundamental.
“Cuando las mujeres se organizan inciden tienen mayor capacidad de incidir en la definición de políticas públicas. Su acción colectiva es clave para que la políticas públicas se orienten a la soberanía alimentaria y no al agronegocio”, afirmó Karin Nansen, de REDES – AT, quien participó en el seminario “Mujeres y Soberanía Alimentaria”. La actividad fue realizada en Rivera, el 13 de octubre de 2023, y organizada por el grupo de mujeres Semillas Fronterizas. Se enmarcó en el Día de la Mujer Rural y el Día de la Soberanía Alimentaria, el 15 y 16 de octubre respectivamente, y también incluyó una feria de la biodiversidad y talleres para niñas y niños.
La soberanía alimentaria como respuesta
La soberanía alimentaria es un concepto que surge en 1996 tras una propuesta del movimiento mundial Vía Campesina, y que desde entonces ha sido adoptado por miles de organizaciones y movimientos sociales de todo el mundo. Se trata del derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados, producidos mediante la agroecología, en sistemas socialmente justos, y el derecho colectivo de esos pueblos a definir sus propias políticas, estrategias y sistemas para la producción, distribución y consumo de alimentos.
Durante el Seminario, Karin destacó particularmente la importancia de las mujeres en la defensa de las semillas criollas y la soberanía alimentaria: “Garantizar la soberanía alimentaria implica garantizar los derechos de las mujeres a la tierra, al territorio, al agua, a los medios de producción, el acceso a los mercados, garantizar que las mujeres puedan vender al Estado y así llegar con sus alimentos saludables a toda la población”.
La agricultura campesina produce aproximadamente el 80 por ciento de los alimentos en los países no industrializados del Sur, y son las mujeres quienes producen del 60 al 80% de esos alimentos: “La soberanía alimentaria para mi es todo. Sin ella no soy libre para producir. Ella me da poder, me da independencia para que no precise comprar otras semillas; tener acceso a ellas me permite ser libre de semillas compradas, transgénicas o producidas por las grandes industrias. Me siento empoderada en el momento que tengo mis semillas”, agregó Rosane Fernandes, productora familiar e integrante del grupo Semillas Fronterizas.
Sabores, saberes y sentires
El cuidado de las semillas nativas y criollas es también parte fundamental de esta lucha contra las múltiples crisis que enfrentamos, como la crisis alimentaria, climática, ambiental. Paula Cuña y Verónica Rodríguez son dos mujeres que trabajan en pos de la preservación de estos “sabores, saberes y sentires”. Su proyecto de la Biblioteca de Semillas nace en 2020, en el Centro Universitario de Rivera, en el marco de un proyecto de extensión universitaria. El objetivo fue “fomentar el intercambio de semillas entre los diferentes actores de la sociedad e incentivar a la gente a que también guarde su semilla”, señaló Verónica.
Paula también hizo referencia a la importancia de mantener la historia, “preservar las recetas que han perdurado en nuestras familias y el valor que tiene para nosotras seguir consumiendo alimentos que tienen que ver con las características de la región y que podamos elegir qué alimentos llevamos a nuestras mesas”. “Preservar las semillas criollas adaptadas a las condiciones de la región como parte de la identidad de la comunidad”, concluyó.
Revalorización de la semilla criolla
Claudia Cuebas es una productora familiar y se dedica principalmente a la producción de sandía, que luego vende directamente en un puesto de la ruta 5, km 469. También produce mermeladas, jugos y helados a partir de la sandía, para aprovecharla al máximo y darle valor al cultivo.
“Para mí la semilla criolla tiene mucha importancia y hay que preservarla porque se nos va perdiendo. Con este proyecto de soberanía alimentaria que tenemos, el primer objetivo era tener semilleros, tener nuestras semillas en el predio, para nosotros, para compartir, para la biblioteca, para las escuelas, para la red, porque es necesaria esa cadena”.
El poroto es otro de los cultivos objeto de este proyecto de investigación en el que también participa Natalia Almeida, de la Universidad Tecnológica del Uruguay – Durazno. A pesar de ser un cultivo muy antiguo que está presente en el territorio desde hace miles de años, existe muy poca información sobre las semillas que gestionan las/os productoras/es, sobre su biodiversidad.
Entre otros objetivos, la investigación pretende entender cómo las/os productoras/es se relacionan con sus semillas, cuáles son las estrategias locales de conservación y manejo, y realizar un relevamiento etnobotánico. Una de las conclusiones del estudio es que el 70 por ciento de las semillas de porotos relevadas proceden de redes familiares de intercambio entre vecinos: “Cuando circula una semilla, circula conocimiento, solidaridad”, afirmó Natalia. “Las semillas no solo son una forma de multiplicar una especie, son un patrimonio, un elemento cultural de la sociedad, de la soberanía alimentaria, la soberanía de las semillas”, añadió.